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CAMUS BERGARECHE, Bruno & SCICOLONE, Anna (Eds.) Annual. Ecos de la última aventura colonial española. Fondo Europeo de Desarrollo Regional / Unión Europea. UCLM, Universidad de Castilla-La Mancha. Madrid: Los Libros de la Catarata, 301 págs., 2021. ISBN: 978-84-1352-328-6.
Al-Andalus Magreb, núm. 29, 308, 2022
Universidad de Cádiz

Reseñas

Al-Andalus Magreb
Universidad de Cádiz, España
ISSN-e: 2660-7697
Periodicidad: Anual
núm. 29, 308, 2022

Recepción: 07 Diciembre 2022

Aprobación: 09 Diciembre 2022

Camus Bergareche Bruno, Scicolone Anna. Camus Bergareche, Bruno & Scicolone, Anna (Eds.) Annual. Ecos de la última aventura colonial española. Fondo Europeo de Desarrollo Regional / Unión Europea. UCLM, Universidad de Castilla-La Mancha. Madrid: Los Libros de la Catarata, 301 págs., 2021. ISBN: 978-84-1352-328-6. . 2021. Madrid: Los Libros de la Catarata. Madrid: Los Libros de la Catarata. 301pp.. 978-84-1352-328-6.

Camus Bergareche, Bruno & Scicolone, Anna (Eds.) Annual. Ecos de la última aventura colonial española. Fondo Europeo de Desarrollo Regional / Unión Europea. UCLM, Universidad de Castilla-La Mancha. Madrid: Los Libros de la Catarata, 301 págs., 2021. ISBN: 978-84-1352-328-6.

Este libro, como explican los editores, recoge algunas de las comunicaciones presentadas a las Jornadas de Investigación que organizó el Grupo de Investigación en Estudios Históricos y Culturales Contemporáneos en la Facultad de Letras de Ciudad Real (UCLM) el 23 y 24 de marzo de 2021 en conmemoración del centenario de lo que se llamó el desastre de Annual, considerado, según reza el título, como «la última aventura colonial española».

Está estructurado en tres bloques temáticos, que reúnen dieciocho estudios, presentados como capítulos y dotado cada uno de su bibliografía específica. En el primer grupo, La dimensión histórica, se incluyen cinco estudios. El capítulo 1, «España y Marruecos 1767-2021. Ocho guerras y numerosos sobresaltos», de Eloy Martín Corrales, catedrático de Historia Moderna del Departamento de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra (UPF), sirve de marco temporal para la historia de los últimos tres siglos de enfrentamientos entre ambos estados. Las ocho guerras que contabiliza son, las cuatro primeras veces, intentos marroquíes de recuperación de los asentamientos españoles en su costa, como el que se dirigió contra Melilla y el Peñón de Alhucemas en 1774-1775, el cerco de Ceuta de 1791, la llamada “Guerra de África” de 1859-1860, y la “Guerra de Melilla” de 1893-1894. Las tres del siglo XX responden a incursiones españolas en territorio marroquí, ya fuera el intento inicial de ocupación del territorio para establecer el Protectorado pactado con otras potencias europeas, como la del Barranco del Lobo (1909), la guerra del Kert (1911-1912) y la guerra del Rif (1919-1927), en la que se enmarca el Desastre de Annual, ya fuera la pretensión de recuperación de una olvidada colonia llamada de Santa Cruz de la Mar Pequeña, que finalmente se estableció durante la II República Española, bajo el mandato de Alejandro Lerroux, lo que condujo veinte años después a la guerra de Ifni (1957-1958). El balance final de las ocupaciones españolas de Marruecos no es muy positivo, para el profesor Martín Corrales: «La aireación de los propósitos civilizadores de España, que en realidad era una obligación impuesta a los colonizadores por la Conferencia de Madrid (1880), por la Conferencia de Berlín (1884-1885) y por la Conferencia de Algeciras (1906), hay que juzgarla por sus resultados en el momento de la descolonización. Fueron muy pobres, lo que debería sonrojar a aquellos que todavía continúan presentando apologéticamente la colonización» (p. 26).

El capítulo 2 «Los precedentes de Annual: Colonialismo y discurso nacionalista en la Guerra de África y la política exterior de la Unión Liberal», de Juan Antonio Inarejos Muñoz, reflexiona sobre los conceptos del neocolonialismo que se van abriendo camino tras la pérdida del grueso de las colonias americanas y sobre las justificaciones historicistas, coartadas civilizatorias, retóricas racistas y pretextos defensivos ante supuestos agravios a la dignidad nacional con que los nuevos objetivos de dominación se presentaban a la opinión pública para su asimilación y plena asunción. Al tiempo, Inarejos analiza la vinculación de las campañas de intervención en Marruecos con otros intentos neocoloniales en Vietnam, México, Dominicana, Perú, Chile, alentados desde adentro por la no muy bien fortalecida burguesía liberal y desde afuera por la aliada Francia de Napoleón III, que abocaron a consecuencias desastrosas. Todos estos factores no dejaron a la burguesía española otra salida colonial que la de cebarse en el vecino y debilitado Marruecos.

Francisco Alía Miranda, en el capítulo 3 «Cartas del comandante Franco desde el frente de Marruecos (1921-1923)» reproduce íntegramente cuatro cartas de Francisco Franco Bahamonde a su amigo Arsenio Martínez-Campos y de la Viesca, fechadas entre noviembre de 1921 y agosto de 1923, que analiza en el contexto de búsqueda de culpables y de atribución de responsabilidades que se desató en España tras la sangrienta derrota llamada el desastre de Annual, que causó al ejército de ocupación español 13.363 bajas. La sociedad estaba dividida entre los que exigían la depuración de todas las responsabilidades, llegando incluso hasta el rey, y los que, por preservar al monarca preferirían que se hiciera borrón y cuenta nueva. Una y otra corriente de opinión desembocarían, la primera en la posterior proclamación de la Segunda República, y la otra en la inmediata imposición de la dictadura de Primo de Rivera. El ejército, a su vez, estaba dividido entre “junteros” y “africanistas”, los primeros partidarios de la promoción de los ascensos por antigüedad y quejosos de la facilidad con que se atribuían dichos ascensos a los segundos por unos méritos de guerra, que les podían parecer en no pocos casos forzados, ficticios o, cuando menos, discutibles. Franco, indefectiblemente alineado con los africanistas, pues los méritos de guerra eran los que le estaban procurando su “irresistible ascensión”, acusa a los junteros ante su amigo de responsables del desastre y no duda en considerar que los verdaderos culpables eran «los que corrieron, los que abandonaron sus tropas en el momento de peligro, esos son junteros rabiosos y defienden las Juntas con toda su alma y es que cuentan con su protección en el momento de exigir responsabilidades», llegando al extremo de acusarlos de estar incubando «los pronunciamientos y el bolchevismo». La acusación de incubar pronunciamientos se verá en poco tiempo desmentida por los que incubaron precisamente militares africanistas como Primo de Rivera (1923), Sanjurjo (1932) y él mismo (1936); y, por otra parte, la acusación de bolchevismo no refleja otra cosa que el espanto que no cesaba de inspirar entre los ejércitos europeos la reciente irrupción en la vida política de los sóviets de soldados durante la Revolución Rusa de 1917. Estas cartas, hasta ahora inéditas, que ha publicado el profesor Alía, constituyen un valioso documento que contribuirá al estudio de los entresijos y recovecos de la mente de aquel militar que trece años más tarde, ya general, mediante un golpe de estado y una guerra contra el legítimo gobierno de la República, se acabó por entronizar en el caudillaje fascista de la más atroz dictadura que ha sufrido España y, además, se arrogó el papel de restaurador, por su santa voluntad, de la monarquía de unos esperpénticos borbones, que, por el momento, hasta hoy perdura.

Herminio Lebrero Izquierdo analiza en clave de género el papel asignado a la mujer en el capítulo 4, «Mujer y guerra de Marruecos: el género y la clase (1921-1931)». En este estudio Herminio Lebrero resalta la insoslayable división del género en virtud de la clase social. En principio, los papeles que aquella sociedad reservaba a las mujeres en caso de guerra eran una aplicación del concepto de la delicada sensibilidad inherente al género femenino que las empleaba en los rezos, la manufactura de ropas, la correspondencia de las «madrinas de guerra» y, para las más osadas o aguerridas, el papel de enfermeras en hospitales de sangre o cantineras. En esta guerra, además, apareció una nueva figura femenina, la periodista. Las corresponsales de guerra fueron pioneras del periodismo profesional femenino que, en la mayoría de los casos, de apoyar la aventura colonial reforzando el estereotipo del moro rifeño cruel y bárbaro despiadado, desde posturas de catolicismo conservador en unas, o de republicanismo izquierdista en otras, evolucionaron hacia posiciones contrarias a la guerra, o, por lo menos, a aquella guerra. La burguesía plantea para el proselitismo de esta aventura guerrera el papel de la mujer abnegada, madre y esposa de soldados que mueren por defender el honor de la patria, como si esta fuera otro ente femenino por el que debe batirse el caballeresco varón contra el malvado ruin que la mancilla. La gente del pueblo, en cambio, canaliza su rechazo a esta guerra con el plante de las madres y esposas que se niegan a que sus hijos o maridos desperdicien su vida para satisfacer ambiciones ajenas. Las posturas se extreman, desde la reina Victoria Eugenia, que incurre en la torpeza –o brutal agravio– de regalar nada menos que una imagen de Santiago Matamoros a la iglesia de Nador, y las señoras de la aristocracia y la alta burguesía que acuden al embarque de tropas regalando tabaco, ropa, alimentos y calderilla, no sin los reflejos clericales de incluir escapularios, medallitas, rosarios y devocionarios (a algún soldado se vio, cuentan, arrojándolos por la borda nada más subir al barco). En el otro extremo, las mujeres del pueblo se llegaron a atravesar en las vías para evitar que saliesen los convoyes ferroviarios que se llevaban a sus hombres. Organizaron miles de manifestaciones por toda España en contra, no solo de la guerra, sino denunciando que se librasen de ella los que podían pagar 400 duros y, más adelante, la aparición del «soldado de cuota», que también gozaba de prerrogativas a cambio de dinero. Es muy interesante el panorama que describe Lebrero Izquierdo entre estos dos ejes, el género y la clase social, que pueden proyectar un inesperado haz de luz sobre ciertos antecedentes de actuales debates.

En el capítulo 5, «Esbozo histórico de los marcos políticos de las izquierdas ante Marruecos», Juan Sisinio Pérez Garzón se ocupa de analizar las actitudes de los partidos de izquierdas hacia Marruecos, desde comienzos del siglo XX hasta las vísperas de la aceptación del Gobierno del PSOE y Unidas Podemos de las tesis marroquíes sobre el Sahara Occidental.

Con este trabajo se cierra la primera parte de este libro, la dedicada a la dimensión histórica. La segunda parte, la dimensión literaria y cultural, es más extensa.

El primer capítulo de esta segunda parte es el sexto del libro, de Anna Scicolone, se titula «I briganti del Riff. Un acercamiento a la guerra hispano-marroquí a través de la novela de Emilio Salgari». En él la autora, tras una semblanza del desdichado autor de Sandokán, describe la última novela que publicó antes de suicidarse, donde un relato de fantasía y aventura protagonizado por cuatro jóvenes españoles, dos de los cuales gitanos, que se adentran en el Rif en busca de un objeto peculiar que otorgaría ciertos poderes, refleja en sus avatares el relato colonial de la guerra de Melilla en 1909 y el desastre del Barranco del Lobo desde la óptica de la prensa española, inevitable base principal de los datos de documentación de Emilio Salgari. La caracterización de los rifeños en esta novela, por los fragmentos que cita, como la calificación de «bandoleros» desde el mismo título, «de sanguinarios instintos», y por otros que no cita, pero aparecen desde las primeras páginas, como «bárbaros que cortan a los cristianos la nariz y las orejas» (versión española, https://www.textos.info, pág. 4) «ir a la tierra de los moros es ir a una muerte segura» (ibid.. pág. 5), no va más allá del estereotipo que fabrica la prensa del país colonizador, a pesar de la insistencia de la autora en ver una subyacente crítica a la política colonialista europea.

El siguiente capítulo, el 7º, «María de las Nieves de Braganza y Borbón: Una reina carlista en el Magreb colonial», de Fernando Rodríguez Mediano (CSIC) y Helena de Felipe (UAH), presenta el relato de los viajes por el norte de África de María de las Nieves («Doña Blanca») de Braganza y Borbón, hija del rey Miguel de Portugal y esposa del pretendiente carlista Alfonso Carlos de Borbón. Estos escritos son cuadernos de viaje que describen, con la mirada inusualmente desprejuiciada de una mujer culta que ha viajado mucho, el paisaje pintoresco de Túnez, Argelia y Marruecos, habitado de moros, cabilios, judíos, españoles, italianos y franceses. Pese a su eventual superficialidad ofrecen un marco de ambientación del período del paso del siglo XIX al XX en esta zona tan baqueteada por la historia.

El capítulo 8º lo forma el trabajo de la profesora de Literatura de la UCLM Asunción Castro Díez «Relatos de viajes españoles por Marruecos: La experiencia de la alteridad en el marco colonial de los siglos XIX y XX». Es una interesante exposición de las miradas que, al principio, se debaten entre una áspera maurofobia de rechazo total hacia un país que se considera en total descomposición y cuyo futuro no puede ser otro que recibir la colonización «civilizatoria» europea y de un pueblo al que se ve como enemigo feroz, caracterizado con los estereotipos más denigrantes y, en el otro extremo, la ingenua maurofilia del idealizado exotismo orientalista que mezclaba en un ensueño imaginarias alhambras y refinamientos de mil y una noches. Pero el desastre de Annual abre los ojos de sopetón a muchos, que comienzan a ver al otro como un ser humano real, con su dignidad y su patriotismo, empeñado en la defensa de su tierra ante la intervención extranjera, y su causa se les hace, de golpe, comprensible sin coartadas ni subterfugios civilizatorios. A partir de Annual aparecen relatos de viaje políticos, crónicas periodísticas cuya orientación, de derechas o de izquierdas, prescinde de los prejuicios más extremados, pero también aparecerán más tarde las crónicas y descripciones turísticas, cuando el Protectorado ya se ha afianzado, que resaltan la acción modernizadora de la presencia española. Los relatos femeninos no escapan al contexto colonialista, pero añaden otra perspectiva y, en algún caso, brindan una reflexión crítica sobre la propia metrópoli.

En el siguiente capítulo, el 9º, José Manuel Sánchez Fernández, de la Universidad de Castilla-La Mancha, presenta en «La polémica Unamuno-Ortega en torno a la Guerra de África (1909-1927): de la metáfora identitaria a la posición conceptual» el encontronazo periodístico entre las posturas divergentes del elegante partidario de modernizar España y la del paradójico partidario de españolizar Europa que tuvo como excusa las reacciones europeas ante la arbitraria e injusta pena de muerte para Ferrer Guardia, chivo expiatorio de la Semana Trágica, y objetivo largamente aguardado por la Iglesia Católica, enemiga feroz de la Escuela Moderna. Pero detrás de esa primera lectura el autor desvela actitudes contrapuestas, aunque en cierta manera coincidentes, sobre el ser español y su papel, no tanto ya en África o en Europa, sino en la propia España.

El capítulo décimo, «Diplomacia e intercambio cultural en el Protectorado de Marruecos durante la Segunda República (1931-1936)», de Álvaro Notario incide en la labor realizada por la II República en la zona de protectorado donde la aplicación práctica de la coartada civilizatoria se traduce en una labor cultural que combina la fundación de escuelas y museos, la promoción del turismo y el esfuerzo en presentar una imagen modernizada de Marruecos, satisfactoria tanto para las autoridades colonizadoras como para las colonizadas.

Francisco Manuel Rodríguez Sierra, de la UAM, en el capítulo 11, «La literatura marroquí contemporánea en árabe en el Tetuán del Protectorado español», resalta un aspecto muchas veces olvidado, el de la recuperación de la literatura en lengua árabe y la labor de edición de obras árabes centralizada por la capital del Protectorado, Tetuán, que gozó de una preeminencia cultural hasta entonces no conocida. Rodríguez Sierra, buen conocedor de la literatura marroquí en lengua árabe, resalta el papel del protectorado del norte y su dinámica capital en el afianzamiento de innovadores géneros literarios y nuevos estilos del resurgimiento cultural marroquí. Se cruzaban influencias del Oriente y la nahḍa y del Occidente de los literatos árabes del mahǧar americano con otras de origen europeo, como el teatro, por ejemplo, asimilado entusiásticamente y considerado un género directo y eficaz para la propaganda de las ideas que obviaba el eventual escollo del analfabetismo, todo ello amalgamado con otras influencias de origen popular y elementos formales tradicionales de raigambre autóctona marroquí. En resumen, el artículo expone cómo Marruecos deja de ser extrarradio de la cultura árabe en la coyuntura del resurgimiento marroquí de la literatura en lengua árabe y el papel primordial desempeñado por la ciudad de Tetuán y las élites culturales reunidas en su entorno durante el período señalado.

El capítulo 12 está dedicado a la otra ciudad relevante del Norte marroquí, «Allá donde se cruzan los caminos. Tánger», en el que Ángel Ramón del Valle Calzado, de la UCLM, expone en clave de encrucijada el papel del Tánger del estatuto internacional. Una sociedad multicultural, abigarrada y con fuertes dosis de cosmopolitismo donde se daban cita intelectuales y artistas de todo el mundo y por donde pasaron las celebridades de la época. Para España significó un desahogo en tiempos de franquismo asfixiante. El diario España de Tánger, que se vendía en todo el país cuando la censura fascista no lo impedía, significó una ventana al mundo por donde entraban bocanadas de aire no contaminado en aquella época de prensa unánime y catolicismo cerril. Una pléyade de escritores e intelectuales puso de moda Tánger entre la bohemia internacional, especialmente la anglosajona de la «generación beat», con nombres como Paul Bowles, Tennessee Williams, William Burrough, Patricia Highsmith, Gore Vidal, Allen Ginsberg, Jack Kerouac o Truman Capote. Pero, al parecer, fue una moda efímera y poco productiva. Más enjundia tuvo Tánger para la literatura árabe y para la española; Ángel Vázquez, el malhadado autor de la genial Vida perra de Juanita Narboni y el desgarrado Mohamed Chukri, cuyo الخبز الحافي al-ḫubz al-ḥāfī («El pan a secas», traducido en un principio del francés como «El pan desnudo») revolvió y escandalizó la literatura árabe, son buen ejemplo de ello.

«La dimensión cultural de la hermandad hispano-marroquí durante el primer franquismo» de Irene González González, profesora también de la UCLM, es el artículo que viene como capítulo 13. En él una fotografía reproducida del libro de Valderrama Historia de la acción cultural de España en Marruecos (1912-1956) que muestra las clases de árabe del maronita libanés Musa Abbud en el Centro de Estudios Marroquíes de Tetuán, bajo los retratos del Jalifa y Franco, da pie a la autora para iniciar el relato de la ideología oficial que presidía la acción española en el Protectorado, la que entonces se llamó hermandad hispano-marroquí. Hábilmente soslayados los efectos de odio que producen las masacres, los mismos militares que habían cortado cabezas y gaseado poblaciones enteras canalizaron y desviaron la comprensible sed de venganza hacia quien no tenía arte ni parte, el inocente pueblo español que sufrió los degüellos de los «moros de Franco» en la guerra de sublevación y con esta retorcida doblez quedaban empatadas y cohonestadas unas matanzas con otras. A partir de ahí las autoridades sublevadas se dedicaron a la labor cultural en la Zona. El Instituto General Franco para la Investigación Hispano-Árabe y su correlato el Instituto Jalifiano Muley el Hasan de Estudios Marroquíes, desde el comienzo de la sublevación, se dedicaron a fomentar la investigación del pasado común y la publicación de libros del legado árabe marroquí más vinculado a España, como, por ejemplo, El sitio de Melilla, de 1774 a 1775 de Francisco Sebastián de Miranda (1939), el facsímil del manuscrito más cabal del Quitab el Culiat de Averroes (1939), o la edición de Alfredo Bustani del libro del viaje del embajador al-Gazzal ante la corte de Carlos III (1941). Inspirada por el alto comisario Beigbeder y su colaborador Tomás García Figueras, esta política de hermandad hispano-marroquí se continuará, tras el fracaso de los aliados de Franco en la II Guerra Mundial y el aislamiento internacional de su régimen, en una hermandad hispanoárabe que le valió el respaldo de los países árabes en aquel momento independientes y que condujo en la década siguiente a la creación del Instituto Hispano-Árabe de Cultura y su red de centros culturales por el Mundo Árabe.

El capítulo 14, «La poesía española de posquerra en la crítica literaria de cuatro revistas del Norte de África: al-Motámid, Manantial, Alcándara y Ketama (1947-1959)», de Jesús Barrajón Muñoz, de la UCLM, presenta un panorama cultural en el Protectorado de Marruecos donde las revistas poéticas hispano-marroquíes no se arredran lo más mínimo ante los temas de debate literario generales en toda España, a pesar del supuesto aislamiento y lo periférico de hallarse del otro lado del Estrecho.

El 15 y último capítulo de este segundo bloque de la dimensión literaria es «Marruecos bereber y cosmopolita en la obra narrativa de Rodrigo Rey Rosa: Al encuentro del otro», donde Matías Barchino Pérez, Catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Letras de la Universidad de Castilla La Mancha, refiere cómo el escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa descubre la alteridad en el Marruecos exótico, que conoció como miembro del círculo bohemio internacional que rodeaba a Paul Bowles. El esfuerzo de Rey Rosa por penetrar, en el caso marroquí, los arcanos de la cultura del otro, le habilitará para intentar, como consecuencia inmediata, el acercamiento en su propia patria a las culturas indígenas americanas.

El tercer bloque de este libro está dedicado a la dimensión artística. En él tres trabajos dan cuenta de pintura, urbanismo y fotografía. El capítulo 16, «Fortuny en África. Entre la pintura de batallas y la imagen bélica», del catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Castilla-La Mancha Julián Díaz Sánchez, subraya la consideración de crónica testimonial del cuadro panorámico La batalla de Wad Ras, acción de guerra en la que Fortuny estuvo físicamente presente, tomando apuntes directos, y su carácter de boceto inacabado, que le da mayor modernidad, sin renunciar al exotismo orientalista del que estuvo impregnada toda la relación cultural de España con Marruecos, en el siglo XIX como en el XX.

Ramón V. Díaz del Campo Martín-Mantero, profesor de historia del Arte también en la UCLM, firma el capítulo 17 «Sidi Ifni: Génesis y desarrollo de una ciudad frente al Atlántico (1934-1969)». Sidi Ifni se había creado de la nada como una ciudad proyectada enteramente desde la Administración. Las autoridades militares de ocupación elaboraron un plan de urbanización de unas 6oo casas de adobe y argamasa. La ciudad se diseñó en principio como un conjunto de acuartelamientos con islotes de viviendas particulares. Después de la guerra de Franco se produjo un acelerado crecimiento que convirtió Sidi Ifni en un ejemplo singular de urbanismo colonial norteafricano. Con ausencia de una política de ordenación urbanística, el crecimiento y la planificación se dejó en manos de un Servicio de Construcciones Militares que practicó una evidente división étnica, con sectores para nativos y sectores para españoles. En 1943 y 1944 se intentaron reformas urbanísticas y planificación del desarrollo respetando lo ya construido, pero proyectando ensanches y soluciones para el futuro. En 1949 la ciudad de Sidi Ifni contaba con más de 4000 edificios, de los cuales casi el 40% eran casas habitadas por nativos y un 12,5% eran locales comerciales. Pero había numerosas carencias, como asfaltado de las calles y red de alcantarillado. Para la década de los 50 se promulgó un Plan Extraordinario de Obras que proyectó un puerto y centros sanitarios y educativos. Ya entonces la ciudad llegó a tener 30.000 habitantes, por la inmigración que se produjo en esta y en la década anterior, de españoles civiles, desde Canarias principalmente, más los funcionarios y militares destinados, y marroquíes desde las poblaciones del entorno. La ciudad se estructuró en don zonas bien diferenciadas. La reservada a los españoles contaba con edificios importantes y representativos, como la parroquia, el palacio del gobernador, el ayuntamiento, los juzgados, la biblioteca y la Secretaría General de España. Estaba dotada de jardines y plazas y un trazado rectangular pavimentado y amplio. Había varios edificios religiosos cristianos, capillas de cuarteles y hospitales y, desde el punto de vista estético, un empleo general de estilos arquitectónicos más en consonancia con el art déco o los volúmenes del racionalismo modernista que con los estilos neomudéjares más frecuentes en el Protectorado de la zona norte, pues la ocupación se produjo en los años 30, en los que comenzaron a predominar otros criterios formales. Al otro lado de la calle que dividía la ciudad se encontraba la zona predominantemente nativa, que los residentes llamaban el Barrio Moro. Allí estaban las mezquitas y las escuelas coránicas. Las construcciones eran de peor calidad y las vías públicas a menudo podían ser laberínticos adarves. A comienzos de los 60, el último decenio de la ocupación española, se construyó un barrio nuevo al norte del río Ifni que, aunque llevaba el nombre de General Agulla, todo el mundo dio en llamar «Colominas», por el nombre de la constructora que lo llevó a cabo. Constaba de 450 viviendas calculadas para albergar 2.330 personas y estaba dotado de servicios comunitarios, iglesia, mezquita, escuela, comercios y plaza del mercado. Se aplicaron criterios urbanísticos más modernos que en el resto de Sidi Ifni y, al decir del autor del capítulo, había «zonas separadas para españoles y nativos». Tras una guerra hispano-marroquí (1957-1958) que privó a la colonia de la mayor parte del territorio, viéndose reducida escasamente a la capital, que había sido silenciada en la España franquista, sometida a la Ley de Secretos Oficiales, se procedió, en 1969, a la devolución de Ifni a Marruecos. En resumen, fue un enclave que pasó, en 35 años, de la nada a convertirse en una urbe media con un alto grado de desarrollo urbanístico pese a su escaso valor económico, pues, en realidad, se trataba de una ciudad mantenida enteramente por las subvenciones del estado junto a los sueldos de funcionarios y militares.

Julia Martínez Cano (UCLM) firma el último capítulo de este libro, «La imagen fotográfica del marroquí en las revistas ilustradas de Falange Vértice e Y: Revista para la mujer (1937-1939)». En él la autora explica cómo la fotografía desempeñó un importante papel en la propaganda fascista que tenía por delante la ardua tarea de revertir la imagen del marroquí que apenas una década antes había sido estigmatizado como bárbaro infiel. La prensa ideológica se apresuró a blanquear una imagen que los mismos militares africanistas habían contribuido a denigrar. El moro tenía que seguir aterrorizando al pueblo que defendía la República, pero a la burguesía de derechas que apoyaba entusiasta la sublevación había que tranquilizarla. Estos moros solo vienen a matar rojos. La rapiña del botín y la sexualidad violadora quedaban para la zona roja. Las revistas de Falange se afanaban en presentar reportajes fotográficos en los que mujeres de la Sección Femenina agasajaban en los hospitales a los «moritos» heridos. Se echó mano de nuevo a la estética exotista del orientalismo alhambreño, con imágenes idealizadas de tetuanes floridos y cada vez más arabigoandaluces y se implementó la teoría de la hermandad hispanomarroquí que ya no abandonaría nunca la política franquista mientras duró el protectorado. El esfuerzo por reconducir el papel de los regulares como fuerza de choque en una contienda que el nacionalcatolicismo había bautizado como cruzada, cuando las primitivas cruzadas habían significado la agresión de los cristianos a los países musulmanes y en esta cruzada de liberación eran cristianos y musulmanes juntos los que agredían a la España laica y republicana con el pretexto de combatir el ateísmo marxista. Los falangistas habían acudido ya, antes de la guerra, a la Alemania nazi para asesorarse en materia de propaganda y manipulación de la información. La proyección estética de las costumbres marroquíes estaba destinada a contrarrestar siglos de estereotipo de salvajes primitivos. Fotografías de regulares preparando el té o tocando instrumentos musicales, paisajes marroquíes de vegetación amena, o minaretes almohades declarados «hermanas de la Giralda» contribuían a desdibujar el imaginario previo de salvajismo y proyectar uno nuevo pretendidamente fraternal. Las imágenes de Franco rodeado de jinetes de la «Guardia Mora» reforzaban este nuevo estereotipo del moro amigo frente al anterior asociado a la barbarie. En la revista femenina Y. Revista para la mujer (con una Y mayúscula de aspecto neogótico rematada en una corona, como inicial del nombre de la reina católica en grafía prenormativa) las falangistas de la Sección Femenina de FET de las JONS colaboraban en la misma reconversión de los tópicos, incidiendo en lo que las personas de aquella ideología consideraban que era el ámbito propiamente femenino: Fotografías de moras con elegantes jaiques, primeros planos resaltando la cosmética («¡Esos ojos de las moras!», Alfredo Marquerie, nº 12, enero de 1939), fotos de bordadoras tradicionales.

Remata el libro con cuatro páginas de semblanza y datos académicos de los dieciocho autores. Entre todos han compuesto un meritorio retrato multifacético del penúltimo desastre político-militar que conmocionó España y determinó unos efectos que al cabo de un siglo es inexcusable reconsiderar. El estar compuesto de distintos artículos le ha dado al conjunto gran variedad y bastante amenidad, de modo que el libro se lee con agrado y en no pocos casos –y cómo no– apasionamiento.



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